NO ES UN HIJO BIOLÓGICO, Y ESO ESTÁ BIEN

Hoy en día, podemos encontrar ejemplos diversos de lo que es una familia y, aunque cada vez están más aceptados estos diferentes núcleos de convivencia, aún encontramos mucho prejuicio alrededor de la maternidad no biológica. Se siguen traspasando una serie de creencias que generan dificultades para todas aquellas personas que deciden adoptar y/o acoger, para aquellas familias biológicas que, por los motivos que sean, tienen que separarse del menor y, sobre todo, para los menores.

 

Algunos ejemplos de estas creencias son la tendencia a avillanar a la familia biológica (sobre todo a la madre, a la que se describe como “fría”, “insensible”,…), la problematización de los menores adoptados (a los que se reduce con “dan problemas” o “son unos desagradecidos”) y la idealización de las familias adoptantes (a las que, en sus entornos, se las puede tachar de “heroínas”). Todas estas reducciones del proceso de adopción, las cuales en la mayoría de casos son erróneas, hacen aún más complejo poder aprender de la realidad por lo que es, poder educarse y pedir ayuda.

 

Un menor que ha sido separado de su madre biológica vive el abandono como una experiencia cercana a la muerte (esta ruptura vincular que, en muchos casos, se da mientras el bebé aun no puede diferenciar a la mamá de él mismo, es muy importante). Y este hecho afectará a su forma de vincularse con otras personas (sobre todo si ha tenido otras rupturas vinculares, por ejemplo, al pasar por diferentes familias de acogida o cuidadores en instituciones), a su autoestima, a su autorregulación emocional (pudiendo tener, por ejemplo, rabietas de mayor intensidad que en un menor no adoptado) y, sobre todo si es un menor institucionalizado, puede presentar mayores dificultades en la adquisición de hábitos alimenticios o del sueño.

 

A todo esto, se le pueden sumar otros sucesos potencialmente traumáticos, como puede ser la negligencia, el maltrato físico y/o emocional, el abuso sexual, etc. Y también podrá afectar la separación total del entorno biológico (como suele ser en el caso de las adopciones internacionales).

 

Todos estos factores impactan en la vivencia de las personas adoptadas, así que es muy importante que las familias adoptantes estén familiarizadas con todos estos condicionantes y puedan criar al menor con paciencia, cariño y firmeza, entendiendo que el menor ha tenido que gestionar un duelo muy doloroso antes de tener las herramientas para poder hacerlo, y que, por ello, es normal que presente mucha sintomatología de miedo y estrés al llegar a la nueva familia.

 

Las personas que deciden adoptar tienen que tener muy claro desde dónde lo hacen. Si deseaban tener hijos biológicos y, por infertilidad u otros motivos, no han podido tenerlos, deberán haber podido hacer el duelo correspondiente antes. Si no, les será fácil caer en el error de poner unas expectativas que la persona adoptada nunca podrá cumplir. Es importante entender que hay diferencias significativas entre un hijo biológico y uno adoptado, sin que esto haga que uno tenga más valor que el otro. Hacer como que estas diferencias no existen, es decir, no darle valor al impacto de la separación con la madre biológica y el resto de experiencias que haya podido vivir a raíz de ello, solo nos dificultará la vinculación con el menor y su propia vivencia.

 

 

Si no somos conscientes de estas diferencias y, por tanto, no nos formamos, pedimos ayuda, y/o usamos las redes de apoyo social (hay grupos de apoyo a familias adoptivas en muchas comunidades), nos será difícil poder proporcionarle al menor un entorno donde sentirse seguro y nos faltaran herramientas para situaciones que pueden darse en el día a día.  Démosle el valor que se merecen, esforcémonos en hacerlo lo mejor que podamos.

 

 

CARME TUSET PADRÓ

Adoptada, licenciada en psicóloga, especializada en adopción y facilitadora de constelaciones