· 

MI YO ENTRE TRES ACTOS

Mi vida es como una obra de teatro, con tres actos claramente marcados. Actos que relato como si estuvieran separados y no formaran parte de mi propia historia, como si uno no llevara al otro.

 

Como toda historia, puedo empezarla desde el principio. En el primer acto veríamos el primer momento en que me sentí abandonada. Era pequeña y necesitaba a mamá cuando ella no podía estar para mí.

 

Pero crecí y quise huir de ese recuerdo, dejar de mirar a ese yo que no podía cuidar. Así entraríamos en el segundo acto. Una yo adolescente que no buscaba que la cuidarán, solo quería ser vista, solo quería no estar sola. Y para ello, cualquier acción valía por buena.

 

Continué creciendo, y entramos en el tercer acto. Si fuera una obra de teatro, sería el momento de volver a mirar a mi yo pequeño. Quería poder acercarme a ella, pero aún no podía, y eso me ponía triste y me pesaba. Mi yo grande sentía que estaba en medio de mis dos actos, solo podía atender a una parte de mí: A mi yo pequeña que lloraba queriendo a mamá, o a mi yo adolescente que huía de ello, que sobrevivía.

 

Dicen que las historias tienen tres actos, pero la vida tiene más. No podía acabar mi obra con ese tercer acto, con esa indecisión y tristeza. Así que me añado como personaje, me añado para poder entrar en cualquiera de los actos de mi vida, como un personaje no atado a un guion concreto. Puedo volver al primer acto, puedo mirar a mi yo pequeña y darle el cuidado que me pide. Aunque eso me cueste, aunque eso me duela, aunque eso me ponga triste.

 

Porque si puedo volver a ver a mi yo, puedo escuchar sus percepciones, que piensan de mí. Mi yo pequeña siente que tuvimos que madurar antes, que somos muy grandes para lo pequeñita que se sigue sintiendo. Yo me la miro, y siento que no me necesita, es a mama a quien quiere. Pero mama no está, y si ella no puede cuidarla, yo ahora soy lo suficiente fuerte para hacerlo. Así que me acerco y la abrazo.

 

Esto es lo que hace cerrar el primer acto. No el abandono, no el dolor que sufrió mi yo pequeño. Lo que lo cierra es el cuidado con el que vuelvo a entrar ahí, con la fuerza de poder sostenerla. Poder sanar esa herida, aunque sea poco a poco.

 

Y a veces, no puede cerrarse el primer acto sin abrirse el segundo. ¿Qué piensa mi yo adolescente de esto? Se lo pregunto. Y la veo enfadada, enfadada con su yo del primer acto. Por haber rechazado su ayuda, sus formas de salvarla.

 

Pero qué hipócrita de mi parte es eso, cuando mi mismo segundo acto rechazaba las ayudas del tercero. Mi yo mayor también ofrecía su ayuda, y mis yo jóvenes repetían patrones. Por eso es importante que mi personaje esté libre de las ataduras de una obra lineal, para poder volver a vivirme, poder relacionar cada parte de mí con la siguiente y con la anterior.

 

Mi yo adolescente empatiza un poco más con mi yo pequeña al ver sus semejanzas, al ver que ambas sobrevivieron como pudieron. Y ambas necesitan que las miremos, mirarse, acompañarse.

 

Si mi vida fuera una obra de teatro, y estuviera viendo este segundo acto. Ya no lo vería sola. A mis lados se sentarían también mi yo del primer acto y del tercero. Y no estaríamos viendo un monólogo, sino como se rompe la cuarta pared. Miraríamos y nos acercaríamos a mi yo adolescente. Y ella sentiría que esta es la razón por la que hizo tanto, para este momento se esforzó tanto.

 

No puedo mirar la obra de teatro que es mi vida sin abrazarla, sin ver su belleza, sin sentir su sinceridad. No puedo sentarme a cuidar estos tres actos de mi vida sin darles las gracias.

 

 

Así que se las doy y bajo el telón. Si mi vida es como una obra de teatro, seguiré cuidándola entre bastidores. 

 

 

- Historias de vida -