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SANANDO LA AUTOESTIMA

Llegó al taller de constelaciones un hombre de mediana edad con la mirada apagada y una postura encorvada que revelaba el peso de su carga emocional. Me explicó con voz temblorosa que tenía la autoestima por los suelos. Había vivido situaciones muy difíciles en su niñez y sentía que no merecía nada bueno en la vida.

 

Aceptó participar en una sesión de constelaciones familiares, buscando respuestas y quizás un poco de paz. Decidimos comenzar representando su relación consigo mismo. Para ello, colocamos un representante para él adulto y otro para él niño.

 

El ambiente se tornó tenso desde el primer momento en que ambos representantes tomaron sus posiciones. El representante del niño, al sentir el ambiente cargado de tensión, se fue corriendo a un rincón, asustado. Se acurrucó allí, temblando y sollozando, sus miedos y traumas se hacían visibles a través de sus movimientos nerviosos. Por otro lado, el representante del adulto se giró de espaldas al niño, con una expresión dura y cerrada, rehusando cualquier contacto visual o emocional con esa parte de sí mismo.

 

Observé la escena en silencio, dejando que las emociones se desplegaran sin interferencias. Luego, me acerqué al representante del adulto y le pregunté qué sentía al ver al niño. Su respuesta fue contundente: "No quiero saber nada de él. Me trae dolor y vergüenza. Prefiero ignorarlo". Este rechazo era una manifestación clara de la lucha interna que él había llevado consigo durante toda su vida.

 

Entonces, me dirigí al representante del niño y le pregunté qué necesitaba. Con voz temblorosa y entre lágrimas, respondió: "Quiero que me vean, que me acepten. Necesito sentirme seguro y querido".

 

Volví al representante del adulto y le propuse que, por un momento, se permitiera volverse y mirar al niño. Fue un proceso lento y doloroso, pero gradualmente el representante del adulto se giró. Sus ojos, que inicialmente evitaban el contacto, empezaron a suavizarse al ver la vulnerabilidad del niño.

 

"Él eres tú", le dije al adulto. "Es parte de tu historia y merece ser reconocido".

 

En ese instante, algo cambió. El representante del adulto dio un paso hacia el niño. Este, al notar el cambio, dejó de temblar y levantó la cabeza. El adulto se arrodilló y extendió la mano. "Te veo", dijo con voz quebrada. "Perdóname por haberte ignorado tanto tiempo".

 

El niño, con lágrimas aún en los ojos, aceptó la mano del adulto. En ese contacto, ambos encontraron un punto de conexión que había sido negado durante años. El adulto abrazó al niño y le prometió cuidarlo y aceptarlo como parte esencial de sí mismo.

 

La constelación terminó con ambos representantes abrazados, y el ambiente en la sala se llenó de una sensación de paz y reconciliación. El cliente, que había observado todo el proceso con los ojos llenos de lágrimas, me miró y asintió en silencio. En sus ojos pude ver un destello de esperanza y una chispa de autoaceptación que no estaba allí al principio de la sesión.

 

 

Salió de la consulta más erguido, con una nueva determinación. Sabía que el camino hacia la sanación sería largo, pero había dado el primer paso crucial: reconocer y aceptar todas las partes de sí mismo, especialmente aquellas que había tratado de ocultar. En ese abrazo simbólico, el comenzó a sanar las heridas de su pasado, abriendo la puerta a un futuro donde podía merecer cosas buenas y vivir con mayor autoestima.

 

 

Carme Tuset

Fundadora y directora del centro Espacio Sistémico y Humanista. Licenciada en Psicología, formada en pedagogía sistémica, terapia Gestalt, chamanismo y Constelaciones Familiares directamente con Bert Hellinger.

 

 

Con más de 35 años de experiencia.