La culpa es una emoción que nos puede llegar a incapacitar si se encuentra en exceso. Si estoy constantemente sintiéndome culpable de todo lo que digo y hago, sintiéndome responsable de todo el daño que pasa a mi alrededor y a mí mismo, etc. es más probable que cada vez me cueste más hacer o decir, e intente cada vez moverme menos. Porque al final se puede crear la creencia irracional de ser culpable solo por existir.
La culpa se acostumbra a definir como un conjunto de sentimientos de tristeza, frustración, remordimiento, etc. debido a la acción o inacción ante situaciones en las que creemos que tendríamos que haber actuado de otra manera.
Este debería tener un gran componente social, y es que muchas de las cosas por las que nos sentimos culpables son según los parámetros en los que se nos ha educado. Por ejemplo, si siempre se nos ha dicho que hay que ceder el asiento a una persona mayor, no hacerlo nos puede activar este sentimiento de culpa.
Como todo aprendizaje de raíz social, podemos encontrar diferencias entre personas. Hay normas sociales que están ampliamente consensuadas y hay otras que dependen del país donde uno nace, de la cultura con que se ha criado, de las enseñanzas que se han inculcado por parte de los cuidadores principales, o de las mismas decisiones que toma la persona y de las creencias que adquiere.
Por ejemplo, una persona que dedica mucho tiempo a la lucha ecologista, seguramente se sentirá más culpable por ir en avión que otra persona que no ha pensado mucho en el efecto que tiene sobre el planeta.
Hoy en día es casi imposible vivir un modo de vida completamente íntegro, por lo que si nos sentimos sobrepasados por la culpa podemos caer en la completa inacción y de ahí no intentar revertir aquello que creemos que estamos haciendo mal.
Y es que la culpa sin una consecuencia no tiene sentido. La culpa nos alerta que algo que hemos o no hemos hecho ha chocado con nuestros valores o los de nuestra comunidad, pero a partir de ahí, podemos responsabilizarnos y mitigar la consecuencia de nuestros actos, así como aprender para no volver a repetirlo; relativizarlo y que así disminuya la emoción de culpa, o modificar nuestros valores si creemos más en la acción o inacción concreta que en ese valor aprendido.
Si no pretendemos tomar ninguno de esos caminos, nos vemos abocados a una culpa continua que solo nos llena de sentimientos de impotencia, generando cada vez más malestar.
Por todo ello, si queremos sentirnos menos culpables, tenemos que empezar por conocer qué es lo que nos hace sentir así. Detectar cuáles son las situaciones que nos generan más estos sentimientos de culpabilidad y cuáles son nuestras creencias arraigadas a ello.
Por ejemplo, sentirse culpable por cogerse días de vacaciones. Esto puede estar relacionado con la creencia que un buen trabajador debe desvivirse por su empresa, o que cogerse días implicará que los compañeros de trabajo tengan que trabajar más.
Una vez detectamos que pensamientos acompañan la culpa, podemos desengranarlos y ponerlos a prueba. Al buscar estos pensamientos, es importante intentar evitar las dicotomías de “se hace perfecto o se hace mal”.
Hacer este ejercicio nos permitirá distinguir las situaciones que nos generan culpabilidad desde una creencia irracional, o desde unas normas morales injustas hacia nosotros mismos, a aquellas situaciones que adaptativamente creemos que debemos hacernos responsable.
Ante estas segundas situaciones, es importante asumir nuestra responsabilidad y aceptar nuestros propios errores. A veces hacemos daño sin querer o sin tener toda la información para evitar hacerlo. Por ejemplo, preguntar por la madre de una compañera y que te responda que murió. Eso puede hacerte sentir culpable por sentir que has dicho algo que no debías, pero no era algo que pudieras controlar, así que discúlpate por el error, pero no te martirices por ello. Cuando asumimos la responsabilidad es importante asumirla de forma proporcional, no tiene sentido que nuestro juez interno sea diez veces más duro que el de aquel al que hemos podido hacer daño.
Precisamente por su raíz social, compartir con otras personas los propios sentimientos de culpa ayuda a disminuirlos. Si hablando con otras personas, ves que todo el mundo se siente culpable por lo mismo, quizás no es tanto una responsabilidad tuya, sino que socialmente hay algo que no está funcionando. Poner en palabras nuestros sentimientos nos ayuda a darles más claridad y más entendimiento, y nos permite ver la situación con otros matices, generando un juicio más justo.
Para disminuir nuestros sentimientos de culpa, también nos puede ir bien imaginárnoslo en un ser querido. Cómo trataríamos a esta persona si hubiera hecho (o no) lo que a nosotros nos atormenta. ¿Seríamos implacables o seríamos comprensivos? ¿Seríamos duros o cariñosos? ¿Romperíamos la relación o perdonaríamos?
Si somos capaces de hacerlo con otros, hagámoslo también con nosotros mismos.