Para poder gestionar la rabia hay que empezar hablando de ella.
La rabia es una emoción primaria a la que de forma demasiado común categorizamos de mala. Son muchas las generaciones de criaturas a las que se ha educado bajo la premisa que la rabia es mala, sentirla es malo, y expresarla es lo peor de lo peor.
En esta emoción, así como con la tristeza, también encontramos un sesgo de género. Según el cual, está mucho menos aceptada la rabia en las personas identificadas como mujeres que en las identificadas como hombres. Encontramos como en muchas culturas se educa al hombre de forma que su única expresión emocional sea la ira.
Aun así, socialmente no está muy bien aceptada la rabia, por lo que muchas de nosotras crecemos escondiéndola. Fingir que algo no existe no nos ayudará a que desaparezca, no nos ayudará en su gestión. No prestarle atención a nuestra rabia solo nos hará estar más desconectadas de ella, y por tanto tendremos menos capacidad de tener herramientas para poder llevarla de forma sana.
Y es que la rabia no es mala. Forma parte de nuestra amplia gama emocional y tiene un sentido adaptativo. Nos alerta en situaciones que nos sentimos amenazadas, en peligro, que estamos sufriendo un trato injusto, nos prepara para atacar, para defendernos a nosotras mismas o a quien queremos.
En nuestro imaginario, alguien con mucha rabia es aquella persona que es violenta, que insulta y que pega de forma casi indiscriminada. En nuestro imaginario, la rabia es algo que temer, porque es incontrolable y dañina.
Pero de nuestra emoción a este imaginario hay muchos otros caminos que podemos tomar. Y para poder tomarlos tenemos que poder ver la rabia por lo que es realmente, y no por lo que tememos que pueda ser. Forma parte de nosotras, de nuestras emociones, nos activa, nos da energía y nos puede ayudar a afrontar situaciones difíciles.
Para poder aprender a gestionar la rabia, lo primero que tenemos que hacer es aceptar su lugar en nosotras. Aceptar que sentir rabia no nos hace malas personas, no nos hace monstruos. Es algo natural, e intentar que desaparezca solo generará más rabia y más falta de control sobre ella.
Una vez la hemos naturalizado, tenemos que escucharla. Qué nos está diciendo sobre nosotras. En qué momentos sentimos esa rabia. Ante qué situaciones. Delante de qué personas. Cada cuánto. Escuchar cómo está nuestro cuerpo cuando respiramos rabia, quizás nos sentimos aceleradas, quizás nos sentimos más fuertes, quizás dejamos de fijarnos en ciertos dolores, etc.
Este trabajo de conexión con nosotras mismas es más fácil decirlo que hacerlo, por lo que es normal que haya veces que no sepamos del todo identificar el porqué, o que lo descubramos tiempo después. Como más intentemos escuchar a la rabia, más fácil nos será entenderla realmente.
Una vez entendemos qué es lo que nos ha enfadado o nos ha hecho sentir así, podemos buscar formas de redirigir esta energía.
Una forma común y funcional para gestionar esta energía es precisamente usarla. Es decir, la rabia es una emoción que en general nos activa de forma fisiológica, por lo tanto, una buena forma de redirigirla es haciendo ejercicio. Aprovechar esta energía para ir a correr, ponerse a levantar pesas o incluso mirar de apuntarse a algún arte marcial.
Si no somos mucho de deporte, o en ese momento no nos es factible, también podemos expresarla por otros canales, como puede ser el artístico. La rabia es motor de movimiento, y podemos usar ese impulso para ponernos a escribir, pintar un cuadro o usar otros materiales para crear algo creativo. Cuando estamos acostumbradas a asociar la rabia con la destrucción, usarla precisamente para crear algo nuevo, puede ayudarnos a darle otro significado.
Como con muchas emociones, también lo que nos puede ayudar es hablar de ello. Ya sea con nosotras mismas, dejarnos un momento para escribirnos lo que nos pasa, darle un sentido, ayudarnos a tomar decisiones si es lo que sentimos, etc. Como poder expresarle a otros, poder legitimar esa emoción a la vez que darle un sentido.
Muchas veces nos imaginamos hablando de la rabia desde la rabia, con insultos, con gritos, con golpes. Por ello, esta bien practicar hablar de ella en entornos seguros, con personas con las que nos sintamos queridas y apreciadas, y que estas estén en un momento donde puedan también gestionar los efectos que puedan tener en ellas tu rabia.
Para una comunicación asertiva sobre la rabia, nos puede ayudar la meditación o el yoga. Aprender a respirar hondo antes de empezar a decir todo el bucle que tenemos en la cabeza.
A veces, cuando desengranamos la rabia, también encontramos tristeza y dolor. Por lo que está bien que podamos cuidarnos en ello, poder darnos a nosotras mismas espacios que nos hagan sentir seguras, cosas que nos gusten, rodearnos de personas que puedan darnos un buen abrazo, etc.
Gestionar la rabia no es fácil, y aún menos cuando nos hemos acostumbrado a no escucharla, cuando nos hemos acostumbrado a negarla por lo que nos sale sin que seamos conscientes, o cuando nos hemos resignado a que la expresamos de formas que nos hace daño a nuestras personas cercanas o a nosotras mismas. Pero toda costumbre se puede desaprender, y es un camino que vale la pena hacer.
Démosle a la rabia el lugar que se merece.