Cuando hablamos de duelo, muchas veces pensamos en la muerte de un ser querido. Sin embargo, existen otros tipos de pérdidas —menos visibles, menos habladas— que también duelen profundamente. Son los duelos invisibles: separaciones afectivas, mudanzas, cambios de etapa, pérdidas de salud, de un rol, de un proyecto de vida o incluso de una versión de uno mismo. También lo son la pérdida o desaparición de una mascota, o la experiencia de un aborto, ya sea espontáneo o voluntario. Situaciones que, aunque no siempre son reconocidas como pérdidas “grandes”, marcan un antes y un después en la vida emocional de una persona.
La dificultad de estos duelos radica justamente en su falta de legitimación social. Muchas veces quien los atraviesa escucha frases como: “No es para tanto”, “Ya deberías estar bien”, “Mira todo lo que tienes”. Este tipo de respuestas invalidan el proceso interno y dejan a la persona sola, atrapada en una tristeza que no sabe si puede compartir.
¿Qué es un duelo invisible?
Un duelo invisible es una pérdida emocional significativa que no siempre se reconoce como tal. Algunas formas comunes son:
• Una ruptura de pareja, incluso si fue una decisión propia.
• La partida de los hijos del hogar (síndrome del nido vacío).
• Perder un trabajo o cambiar de carrera.
• Cambios corporales, enfermedades o diagnósticos que alteran la autoimagen.
• Migraciones o mudanzas que implican dejar atrás un entorno, vínculos y costumbres.
• Finales de etapas vitales: adolescencia, adultez joven, maternidad activa, entre otros.
• La pérdida o desaparición de una mascota, que representa un vínculo afectivo profundo.
• Un aborto, ya sea espontáneo o voluntario, que suele vivirse en soledad y con poco reconocimiento social.
Lo que todas estas situaciones tienen en común es que implican una pérdida de algo que era valioso: una identidad, un rol, una rutina, un vínculo, una certeza, un proyecto o una ilusión. Y como no siempre son validadas externamente, muchas veces la persona ni siquiera se permite reconocer el dolor que siente.
¿Cómo acompañar este tipo de duelo?
1.
Nombrar lo que duele
El primer paso es legitimar que se trata de un duelo. No hace falta una pérdida “grande” para que algo nos duela profundamente. Ponerle nombre a lo que se perdió —aunque sea simbólico— permite
iniciar el proceso emocional. Ya sea una relación, una mascota, un embarazo, un proyecto o una etapa, todo duelo merece ser reconocido.
2.
Evitar minimizar el propio sentir
Frases como “hay personas que están peor” o “yo no tendría por qué sentirme así” solo agravan el malestar. Cada dolor merece ser escuchado sin comparación. Validar lo que uno siente es el primer
acto de autocuidado.
3.
Dar espacio al proceso emocional
El duelo no tiene una forma única. Puede haber tristeza, enojo, nostalgia, alivio o confusión. En pérdidas como la de una mascota o un aborto, es frecuente experimentar una mezcla compleja de
emociones. Permitir ese abanico de sentir, sin apurarse a “superar”, es clave. El tiempo del duelo no es lineal, y cada persona lo transita a su ritmo.
4.
Resignificar la pérdida
Acompañar el duelo no es olvidar, sino integrar lo perdido en la propia historia. En terapia, muchas veces se trabaja en darle un nuevo sentido a lo vivido: ¿qué dejó ese vínculo, esa etapa, esa
ilusión?, ¿cómo quiero honrarlo?, ¿qué partes de mí se transforman a partir de esta experiencia?
5.
Pedir acompañamiento si se necesita
A veces, estos duelos invisibles quedan atrapados en el cuerpo o en el silencio. Buscar un espacio terapéutico permite darle voz a lo que duele, mirar la historia con otros ojos y recuperar
recursos personales para seguir adelante.
Lo que no se nombra, no desaparece
Muchas personas conviven con una tristeza que no entienden, con un cansancio profundo o una sensación de desorientación que arrastran desde hace tiempo. En muchos casos, hay un duelo detrás que no fue reconocido ni acompañado. Porque no todas las pérdidas se ven, pero eso no las hace menos reales.
Reconocer un duelo invisible es un acto de valentía y de amor propio. Es permitirse mirar lo que dolió, darle un lugar y, desde ahí, volver a construir. No para olvidar, sino para vivir con más conciencia, más conexión y más verdad.