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El amor de una madre: Sanando Linajes a Través de las Constelaciones Familiares

Como facilitadora de constelaciones familiares, he tenido el privilegio de ser testigo de innumerables historias y sanaciones a lo largo de 17 años. Cada vida, cada historia, me sigue conmoviendo profundamente, recordándome la fuerza invisible que nos une a nuestros ancestros.

 

Recuerdo la historia de una mujer de unos 60 años, cuyo corazón estaba pesado por una relación muy difícil con su madre, que se encontraba en sus últimos días. Su deseo era simple, pero profundo: sanar ese vínculo antes de que fuera demasiado tarde.

Comenzamos la constelación. Saqué una representante para ella y otra para su madre. La representante de la mujer, con una mirada de niña, buscaba a su madre. Sin embargo, la representante de la madre se giró, dando la espalda, mirando hacia una fuerza que estaba detrás de ella. Intuitivamente, saqué a alguien para representar a la madre de la madre, la abuela. De inmediato, la representante de la madre se giró hacia ella, buscando el mismo contacto que su hija había buscado en ella.

 

La historia se repitió, generación tras generación. Las madres se giraban dando la espalda a sus hijas, mirando hacia el pasado, hacia sus propias madres. Un dolor sistémico invisible. En la séptima generación, algo extraordinario sucedió. La representante de una de las tatarabuelas, con un dolor inmenso, abrazó a su hija y le susurró: "Si te quedas conmigo, vas a morir. Aunque me duela, te has de ir para poder sobrevivir". La abrazó con fuerza y luego se giró, alejándose, liberándola.

 

La hija, ahora libre, inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y respeto por el gran sacrificio de su madre. Después, se giró hacia su propia hija, la abrazó, y se quedaron así por un momento, sanando la herida del rechazo. Con ternura, la madre giró a su hija para que mirara hacia la vida, y se quedó detrás de ella, apoyándola con sus manos sobre los hombros. Este mismo acto se repitió una y otra vez, hasta que la energía llegó a la mujer que había venido a constelar.

 

Cuando ella fue abrazada, la primera mujer, la que se había sacrificado por su hija, caminó hasta donde estaba su bisnieta y se colocó detrás de ella, apoyándola por los hombros. Una gran fila de mujeres del sistema se formó detrás, todas mirando hacia el futuro, apoyando a sus descendientes.

 

Le sugerí a la clienta que tomara su lugar en esa fila. Con lágrimas en los ojos, se acercó a su representante y la abrazó. Por un largo rato, se quedó allí, sintiendo el apoyo de su madre y de todas las mujeres de su linaje. Finalmente, se giró hacia el futuro, hacia la vida, sintiendo el apoyo ancestral que la sostenía.

 

Esta constelación me recordó una verdad fundamental: a veces, los obstáculos que enfrentamos en la vida no son nuestros. Son lealtades inconscientes, heridas no resueltas o sacrificios que nuestros ancestros hicieron para que nosotros pudiéramos existir. Al reconocer y honrar estas dinámicas, nos liberamos para vivir nuestra propia vida, con la fuerza y el amor de quienes vinieron antes. El perdón, en este caso, no fue un acto individual, sino un movimiento sistémico que sanó siete generaciones. La mujer pudo sanar su relación con su madre, no a través de una conversación, sino a través del profundo reconocimiento de una historia que las unía.